Como diamantes
Por: Blanca Esthela Treviño de Jáuregui
Cuentan que una vez un grupo de personas en torno a un
perro muerto que tenía atada al cuello la cuerda que había servido
para arrastrarle por el lodo, comentaban:
“Jamás había visto cosa más vil y más repugnante.” “Ese animal
putrefacto emponzoña el aire.” “Estorbará la vía por mucho tiempo.”
“Sus orejas son asquerosas… están llenas de sangre.” “Deben haberlo
ahorcado por ladrón.”
Luego se acercó un hombre y dirigió una mirada de compasión al
animal: “Sus dientes son más blancos y hermosos que las perlas.”
¿Quién puede encontrar de qué condolerse y hasta algo qué alabar en
un perro muerto? Seguramente alguien que haya puesto en práctica por
tanto tiempo la Teoría del Efecto de Pigmalión, que actúa en todo
momento de acuerdo a ésta filosofía.
Recordemos que el Efecto de Pigmalión es un término acuñado por los
psicólogos cuyo principio se ha aplicado a técnicas de desarrollo
humano con magníficos resultados tanto en las grandes corporaciones
como en la industria. En el mundo de los negocios cada vez más
ejecutivos adoptan esta filosofía para desarrollar al personal. Lo
mismo podría hacerse en la capacitación de maestros.
¿En qué consiste el llamado Efecto de Pigmalión y cómo podemos
aplicarlo a la educación y al desarrollo humano?
Los psicólogos tomaron el término de la Filosofía Griega: Pigmalión
esculpió la estatua de una bellísima mujer. Era tan perfecta que
sólo le faltaba hablar. Al escultor no le importó que fuera de
marfil: sólo contemplaba su belleza. Y se enamoró de ella. Tenía
tanta fe en que su estatua cobraría vida que la diosa Venus se
compadeció de él y convirtió la magnífica estatua en mujer, a quien
llamó Galatea, después desposada con Pigmalión.
En toda relación humana puede funcionar éste principio. El creer en
otra persona es una especie de caricia psicológica. Si Pigmalión
tenía fe en que la estatua un día hablaría, los ejecutivos deberán
confiar en las habilidades y talentos que su personal puede
desarrollar, tanto, que sea capaz de ver más allá de sus
limitaciones presentes. Tiene tal fuerza ésta actitud y son tan
potentes sus ondas que disuelven la resistencia, inseguridad, falta
de compromiso y, de paso el acostumbrado ‘me vale’.
Todo parece indicar que las personas tenemos talentos distintos y
todo ser humano necesita a otro para que lo descubra y lo ayude a
descubrirse a sí mismo. El espejo nos muestra la realidad de lo que
somos, más nunca la poesía.
¿Sueños guajiros? No. Todas las personas son valiosas aunque estén
cubiertas de polvo. El Efecto de Pigmalión consiste en diseñar
técnicas que ‘desempolven’ los valores de las personas para que
éstas brillen como diamantes. El pájaro no canta porque tenga una
respuesta, sino porque tiene una canción.
Médicos, científicos en comportamiento y, más recientemente,
maestros, afirman que es necesario tener también una confianza
desmedida en la propia habilidad para desarrollar el talento de
otros.
Algo ocurre en la mente de la persona en que se da el efecto de
Pigmalión: piensa que posee la facultad de comunicar y motivar a
otras personas a utilizar sus potencialidades. Cuando lo logra, es
increíble la respuesta y el vínculo que se establece entre el que
descubre los talentos y el que recibe la confianza y el ambiente
propicio para su desarrollo.
La poderosa fuerza de las expectativas -el depositar la fe y la
confianza en otra persona y manifestarla a través de caricias
psicológicas- da como resultado un fenómeno mediante el cual “la
profecía causa su propio cumplimiento”. Cuando las expectativas son
bajas -las limitaciones son las que cobran importancia y no las
cualidades- se impide el desarrollo integral de la persona y la
condiciona al fracaso: “no sirves para nada”. (Teoría de Frankestein).
Claro está que las personas pueden alcanzar el pleno desarrollo de
sus facultades sin el estímulo de nadie. Pero son pocas... Y en
nuestra patria somos muchos, y nuestro México requiere el desarrollo
integral de millones de personas. La patria nos necesita.
Y tiene prisa
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