Miércoles 25 de Septiembre del 2019

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Como diamantes

Por: Blanca Esthela Treviño de Jáuregui

Cuentan que una vez un grupo de personas en torno a un perro muerto que tenía atada al cuello la cuerda que había servido para arrastrarle por el lodo, comentaban:

“Jamás había visto cosa más vil y más repugnante.” “Ese animal putrefacto emponzoña el aire.” “Estorbará la vía por mucho tiempo.” “Sus orejas son asquerosas… están llenas de sangre.” “Deben haberlo ahorcado por ladrón.”

Luego se acercó un hombre y dirigió una mirada de compasión al animal: “Sus dientes son más blancos y hermosos que las perlas.”

¿Quién puede encontrar de qué condolerse y hasta algo qué alabar en un perro muerto? Seguramente alguien que haya puesto en práctica por tanto tiempo la Teoría del Efecto de Pigmalión, que actúa en todo momento de acuerdo a ésta filosofía.

Recordemos que el Efecto de Pigmalión es un término acuñado por los psicólogos cuyo principio se ha aplicado a técnicas de desarrollo humano con magníficos resultados tanto en las grandes corporaciones como en la industria. En el mundo de los negocios cada vez más ejecutivos adoptan esta filosofía para desarrollar al personal. Lo mismo podría hacerse en la capacitación de maestros.

¿En qué consiste el llamado Efecto de Pigmalión y cómo podemos aplicarlo a la educación y al desarrollo humano?

Los psicólogos tomaron el término de la Filosofía Griega: Pigmalión esculpió la estatua de una bellísima mujer. Era tan perfecta que sólo le faltaba hablar. Al escultor no le importó que fuera de marfil: sólo contemplaba su belleza. Y se enamoró de ella. Tenía tanta fe en que su estatua cobraría vida que la diosa Venus se compadeció de él y convirtió la magnífica estatua en mujer, a quien llamó Galatea, después desposada con Pigmalión.

En toda relación humana puede funcionar éste principio. El creer en otra persona es una especie de caricia psicológica. Si Pigmalión tenía fe en que la estatua un día hablaría, los ejecutivos deberán confiar en las habilidades y talentos que su personal puede desarrollar, tanto, que sea capaz de ver más allá de sus limitaciones presentes. Tiene tal fuerza ésta actitud y son tan potentes sus ondas que disuelven la resistencia, inseguridad, falta de compromiso y, de paso el acostumbrado ‘me vale’.

Todo parece indicar que las personas tenemos talentos distintos y todo ser humano necesita a otro para que lo descubra y lo ayude a descubrirse a sí mismo. El espejo nos muestra la realidad de lo que somos, más nunca la poesía.

¿Sueños guajiros? No. Todas las personas son valiosas aunque estén cubiertas de polvo. El Efecto de Pigmalión consiste en diseñar técnicas que ‘desempolven’ los valores de las personas para que éstas brillen como diamantes. El pájaro no canta porque tenga una
respuesta, sino porque tiene una canción.

Médicos, científicos en comportamiento y, más recientemente, maestros, afirman que es necesario tener también una confianza desmedida en la propia habilidad para desarrollar el talento de otros.

Algo ocurre en la mente de la persona en que se da el efecto de Pigmalión: piensa que posee la facultad de comunicar y motivar a otras personas a utilizar sus potencialidades. Cuando lo logra, es increíble la respuesta y el vínculo que se establece entre el que descubre los talentos y el que recibe la confianza y el ambiente propicio para su desarrollo.

La poderosa fuerza de las expectativas -el depositar la fe y la confianza en otra persona y manifestarla a través de caricias psicológicas- da como resultado un fenómeno mediante el cual “la profecía causa su propio cumplimiento”. Cuando las expectativas son bajas -las limitaciones son las que cobran importancia y no las cualidades- se impide el desarrollo integral de la persona y la condiciona al fracaso: “no sirves para nada”. (Teoría de Frankestein).

Claro está que las personas pueden alcanzar el pleno desarrollo de sus facultades sin el estímulo de nadie. Pero son pocas... Y en nuestra patria somos muchos, y nuestro México requiere el desarrollo integral de millones de personas. La patria nos necesita.

Y tiene prisa

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